LIVE STREAMING
The author, Samantha Retamar, at her college graduation from University of South Florida in May 2015. Photo: Courtesy of the author
La autora, Samantha Retamar, en su graduación universitaria de la Universidad de South Florida en mayo de 2015. Foto: Cortesía de la autora

El hambre no debería ser parte de la experiencia universitaria

Samantha Retamar, coordinadora de comunicaciones en Philabundance, reflexiona sobre su lucha con la inseguridad alimentaria cuando era una estudiante…

MÁS EN ESTA SECCIÓN

Luto en Colombia

Piñatas para todos

Un latino en las estrellas

El G.O.A.T. llega a Fili

In Unison exposición

COMPARTA ESTE CONTENIDO:

Tenía 17 años y mientras estaba en mitad de una clase para elaborar el anuario de mi escuela secundaria en Hollywood (Florida) cuando recibí el email: “¡Felicitaciones! Me complace informarle que ha sido aceptada en la Universidad del Sur de la Florida para el año académico 2011-2012”.

Ahora, toma la palabra orgullosa y multiplícala por infinito, y eso todavía no logra describir el sentimiento de gloria que mi madre, puertorriqueña,  emanó durante mis cuatro años en USF. Soy la cuarta de cinco hermanos y fui la primera en ir a la universidad.

Estaba muy emocionada de embarcarme en mi trayectoria como estudiante de Mass Comunication en Tampa, pero a la vez sentía un temor sobrecogedor de decepcionar a mi madre. Todo su trabajo duro y su énfasis en la educación, como la clave para el éxito, fueron factores decisivos para que yo llegara a la universidad y mi misión era graduarme y hacer que ella se sintiera orgullosa de mí.

Aunque tuve varias becas y subvenciones con base en (mis) ingresos, el dinero fue un problema durante mis cuatro años en USF. Mientras que mi mamá me ayudó lo más que pudo, no me atreví a pedirle más ayuda económica porque ella ya había hecho su trabajo: había logrado que yo fuera a la universidad y yo no podía causarle preocupaciones ahora que yo era una ‘adulta’.

Dos años después de graduarme, me mudé a Filadelfia y comencé a trabajar para Philabundance, la organización más grande para el alivio de la hambruna en el Valle de Delaware, donde me sumergí en la crisis de inseguridad alimentaria, un problema que enfrentan una de cada cinco personas en mi nueva ciudad. El Departamento de Agricultura de EE.UU. (USDA) define la inseguridad alimentaria como la falta de acceso continuo a suficientes alimentos para llevar una vida activa y saludable.

No fue hasta que comencé a aprender acerca del problema creciente de hambruna en estudiantes universitarios, al hablar con proveedores y clientes que me di cuenta que yo padecí, por definición, inseguridad alimentaria durante la mayor parte de mi carrera universitaria.  

Todas las señales estaban allí: ¿Saltarse múltiples comidas en una semana o un día? Sí. ¿Favorecer la compra de libros sobre la compra de víveres? Por supuesto. ¿Buscar eventos en el campus que proveían comida gratis? ¡Todo el tiempo!

¿Cómo no supe que padecí inseguridad alimentaria durante casi cuatro años? Fácil: era la norma. Mi caso no era el único, dado que la mayoría de mis amigos elegían gastar durante el mes 300 dólares en libros, en lugar de alimentos y comer fideos ramen tres veces al día.

La mayoría de ellos eran estudiantes de color. Muchos padecían inseguridad alimentaria y sentían lo mismo que yo cuando se trataba de pedirle ayuda a la familia. Nuestras familias se habían sacrificado lo suficiente para lograr que fuéramos a la universidad y muchos de nosotros éramos la primera generación que asistía a la universidad y cuyos padres no estaban en la posición de proveer asistencia económica.

Mi mejor amiga Bree lo planteó de la mejor manera: “Chica, mi tía tiene sus propias cuentas que pagar. Ella no se puede estar preocupando de si estoy comiendo o no. Ya me las arreglaré”.

Durante nuestro segundo año universitario, Bree y yo comenzamos a trabajar en el (restaurante) Subway del campus durante al menos 30 horas semanales. Los domingos preparábamos los vegetales para la semana, los cuales eran un lujo que no nos podíamos dar con nuestro salario mínimo.

Cuando nuestra supervisora se dio cuenta de que algo tan simple como los vegetales eran un lujo para nosotras, nos dijo: “Está bien, voy a darme la vuelta y si hay algunos ‘vegetales arruinados’ que no podemos picar, ustedes los pueden ‘botar’. Si los botan en sus bolsos o en la basura, no lo sabré porque les estoy dando la espalda”.

Por supuesto que Bree y yo llenamos nuestros bolsos con pimientos chile, cebollas, espinaca, pepinos y más, ese domingo en la mañana, y casi todas las mañanas de los domingos siguientes durante casi un año. Años después, Bree y yo todavía hablamos acerca de cómo la bondad de nuestra jefa nos permitió comer vegetales frescos a los que de otra forma nunca habríamos tenido acceso.

Durante un verano, una amiga y yo realmente habíamos tocado fondo económicamente hablando y decidimos comprar una pizza de Little Caesars por cinco dólares, cortar las ocho rodajas en 16 pedazos y racionarlos como la comida de una semana. No mucho después de eso, me presentaron a una estudiante que no estaba pasando tantas dificultades como yo porque aplicó y recibió beneficios SNAP, antes conocidos como food stamps (o cupones para comida). Ella me explicó que los estudiantes universitarios en Florida a veces podían calificar y que yo debería explorar esa opción y aplicar.  

Solicité los beneficios de SNAP en mi tercer año de universidad y recibí un poco más de 100 dólares por mes. Ese dinero me permitió llenar mi refrigerador con frutas y vegetales, comprar carne y cocinar, y ya no tener que elegir entre comer y  mi educación. Utilicé SNAP hasta finales de 2015, pero en muchos estados, incluyendo Pensilvania, los estudiantes universitarios no pueden solicitar beneficios SNAP.

Después de cuatro años, mi madre derramó lágrimas de alegría mientras yo caminaba sobre un escenario y recibía mi B.A. en Mass Comunication. Su pequeña pegajosa (yo) era una graduada universitaria. Ver a mi madre brillar de orgullo me enseñó que ese logro era tanto de ella como mío.

En un día tan monumental para mi madre, ¿sabía ella que mi título costó más que la matrícula y los libros? ¿Supo que hubo noches en las que su hija se fue a dormir con hambre? ¿Supo que durante más de un año los únicos vegetales que su nena consumió eran el excedente que tomó de su trabajo en Subway? No, y me encargué de que no lo supiera porque ella hizo su trabajo al colocarme sobre el sendero hacia una educación superior, y yo hice lo que pude para mantenerme en ese camino –aunque eso significara sacrificar la comida en mi ruta hacia el éxito–.

Mi historia no es única. De hecho, mi historia es la realidad que enfrentan muchos estudiantes de color que tienen acceso a la educación superior gracias a los sacrificios de sus padres. Llegar a la universidad y mantener buenas calificaciones es solo la mitad de la lucha; ser capaz financieramente de quedarse allí por cualquier medio que sea necesario es la otra mitad.

Tengo la suficiente suerte de haberme graduado y ahora trabajo combatiendo la inseguridad alimentaria en nuestras comunidades, y tengo un mensaje para los estudiantes universitarios de todas partes:

El hambre no debería ser parte de la experiencia universitaria. Ningún estudiante universitario debería tener que elegir entre estudiar y comer.  

00:00 / 00:00
Ads destiny link