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El puertorriqueño Antonio Romero realizó su servicio militar en Corea del Sur de 1950 a 1953. En 2010 regresó a ese país para recibir un reconocimiento especial por su participación en el conflicto militar. AL DÍA News
El puertorriqueño Antonio Romero realizó su servicio militar en Corea del Sur de 1950 a 1953. En 2010 regresó a ese país para recibir un reconocimiento especial por su participación en el conflicto militar. AL DÍA News

Veteranos latinos: Poco reconocimiento pero mucho orgullo

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"El primer día, el sargento me puso en una patrulla de combate. Cuando uno sale a patrullar su vida no vale nada. Salen nueve hombres y por lo general regresan tres o cuatro solamente", dijo Antonio Romero, quien con tan pocas horas en el frente en ese momento trataba de entender la dinámica para sobrevivir.

"La primera vez mataron a dos, yo regresé. Al día siguiente el sargento me habló de nuevo: No me llamaba Romero me decía 'Romeo te toca patrullar de nuevo'. Me envió siete días consecutivos a patrullar, cada día perdíamos tres o cuatro hombres pero yo regresaba", dijo el veterano. 

Para el octavo día Romero no se aguantó y le preguntó a su sargento que si había algún problema. "Me respondió que no tenía ninguno y cuando le dije que porqué me había enviado a patrullar aun cuando mi escuadrón no estaba en guardia me respondió: 'Oh es porque odio a los puertorriqueños y tú eres uno. Pedí mi cambió a otra compañía pero eso nunca sucedió y a partir de ese momento fue un infierno".

Antes de portar un rifle y un casco, a Romero le habían dado dos opciones a escoger. Podría pasar cinco años prestando su servicio militar en una penitenciaría de veteranos, o tres en el frente de batalla. En ese entonces Romero tenía un año de casado y un hijo con 30 días de nacido, y escogió enfrentarse a las balas para servir en menos tiempo.

Fue en 1950 que realizó su entrenamiento en Indianapolis, en el estado de Indiana, en donde formó parte de la Infantería 112, una compañía de 213 soldados blancos, y solo dos puertorriqueños.  

El puertorriqueño Antonio Romero, de 88 años, recibió la medalla corazón púrpura por haber sido herido en combante durante la Guerra de Corea. David Cruz/AL DÍA NEWS

"Salí con mi compañero Luis Rivera a tomarnos una cerveza, pero el dueño del bar nos botó del sitio porque estábamos hablando en español. Nos dijo que fuéramos al lado oeste de la ciudad para que nos sirvieran", dijo Romero. "Las vías del tren dividían el pueblo y cuando llegamos al lado oeste no me quisieron servir por tener piel clara. Así que en un lado no me aceptaban por ser puertorriqueño y en el otro por ser 'blanco', por eso decidimos comprar una caja de cerveza y sentarnos en medio de las vías para tomar".

Según Romero, en aquella época los latinos todavía no tenían una categoría propia. En un inicio lo clasificaron como negro, ya que para los superiores todos los puertorriqueños eran negros. Luego una vez en el ejercito lo registraron como caucásico por su color de piel, aunque nunca fue tratado como un soldado blanco.

"No me gusta hablar de eso, especialmente en mi casa y con mi familia. Nunca les hablé a mis hijos sobre lo que vi porque para empezar no me creerían. Vi cosas fuera de este mundo demasiado difíciles de imaginar. Cosas que no le desearía a mi peor enemigo", dijo Romero desde su casa en el área de Kensington en 'North Philly'.

Ya  han pasado 63 años desde que fuera reclutado en la Séptima División, una compañía de blancos donde era el único puertorriqueño, para servir en el ejercito estadounidense en Corea del Sur.

"Vi a hombres que se cagaron en los pantalones y se orinaban del miedo. Uno caminaba 40 a 50 millas por seis días consecutivos todo el día y toda la noche, y nos mantenían en guardia. Por seis días y por seis noches no podíamos dormir, tu cuerpo y tu mente dejaban de estar ahí", dijo el veterano.


El veterano Antonio Romero nos mostró sus múltiples reconocimientos por su servicio militar. David Cruz/AL DÍA News

El puertorriqueño recordó que dormían como ratas bajo la tierra. En el invierno el aliento se volvía hielo con una temperatura de 50 grados bajo cero, aunque para él el verano era peor con mosquitos que revoloteaban como aviones y sanguijuelas, que a falta de balas, lo atacaban por todos lados. "Te podías decir a ti mismo mañana ya no estaré aquí, y vivías día a día, hora por hora, minuto a minuto, segundo por segundo".

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Romero finalizó su servicio en 1953 y pudo finalmente regresar a Estados Unidos, pero no fue nada fácil regresar a una vida normal. "Cuando regresé solía tener pesadillas cada noche, mi esposa me cuenta, solía esconderme detrás del refrigerador, me imaginaba que venía de todas partes, ella solía despertarme y contarme todo, me tomó tres o cuatro años para que yo me pudiera encontrar a mí mismo y sentirme a salvo", recordó el veterano.

Mientras que Romero regresaba de los horrores de la guerra, German Pérez, apenas de 17 años, era llamado por el ejercito. Acababa de llegar a Filadelfia cuando recibió una carta para que se presentará a entrenar.

"Fueron 16 semanas de un entrenamiento muy intenso, me regresaron para Puerto Rico. De ahí salimos 30 días en alta mar hacia Corea del Sur, yo no sabía que me iban a enviar para allá hasta que mi nombre apareció en la lista", dijo Pérez, hoy de 73 años.

El puertorriqueño formó parte de la Segunda División y llegó a lo que recuerda como un país sumamente frío, con gente viviendo en pobreza. "Cargaba una metralleta calibre 30, con 50 balas en un cartucho. Dispara 600 balas en un minuto. Uno estaba en guardia constante, no había opciones para distraerse. Nos pagaban $65 dólares mensuales y a mi mamá le enviaban $190 dólares de mi ingreso, lo cual no me parecía tan malo".

 


El puetorriqueño German Pérez nunca se ha arrepentido de haber realizado su servicio en Corea del Sur. Regresó a Filadelfia en 1955 para ingresar al Departamento de Policía, convirtiéndose en uno de los primero oficiales latinos. David Cruz/AL DÍA News

 

Pérez finalizó su misión en 1955 con la satisfacción de haber dado su servicio y satisfecho por las lecciones que recibió mientras portó el uniforme. "Aprendí mucho, aprendí inglés y creo que fue una buena experiencia. Siempre me dio por usar armas y regresé para unirme al Departamento de Policía de Filadelfia".

Uno de los primeros policías latinos en la ciudad, Pérez trabajó en el Distrito 25 hasta su retiro en 1973. Casado y con ocho hijo y varios nietos, no se arrepiente de haber prestado sus servicios en el ejercito y siente una gran satisfacción por todos los años que trabajó en Filadelfia.

"Aquí siempre tuve trabajo y hasta ahora mismo vivo muy bien", concluyó.


George pérez trabaja como asistente especial del congresista Bob Brady. Particularmente se encarga de asuntos de veteranos, como solicitud de documentos militares y medallas. Samantha Madera/AL DÍA

¿Dónde están los veteranos latinos?

Un viernes como muchos otros el puertorriqueño George Pérez se encontraba en la oficina del congresista Bob Brady, para quien ha trabajado como asistente especial en los últimos 12 años. Pérez se ha convertido en la mano derecha del congresista en asuntos de inmigración, en asuntos hispanos y en particular en cuestiones relacionadas con asuntos de veteranos. 

"Desafortunadamente hay muchos veteranos latinos que no asisten al hospital VA de Filadelfia para recibir atención médica,  y hay otros que no han sometido sus reclamos en la oficina de administración de veteranos. No sabemos cual es el problema o si no saben a donde ir", dijo Pérez.   

De acuerdo con el también veterano, a pesar de que los soldados reciben un entrenamiento sobre los beneficios que pueden recibir una vez concluye su servicio, aun así no toman ventaja de estos.

"En estos momentos estoy resolviendo 165 casos de beneficios de salud y reclamos, de los cuales solamente dos pertenecen a veteranos hispanos. Tenemos más de 1.000 veteranos latinos en Filadelfia que llegan aquí a llenar formularios, les pido que regresen con él y que yo los puedo ayudar a someterlos, pero nunca regresan", agregó.

Pérez dijo que no se explicaba a qué se debe la falta de formularios con firmas latinas. "Incluso el estado estaba ofreciendo un bono de $500 dólares para aquellos que sirvieron en el medio oriente, pero nunca tuve un solo latino que viniera a reclamar ese bono".

"Siempre les informamos que si tienen una emergencia pidan que los lleven al Hospital VA. Mientras tengan sus papeles que comprueban que concluyeron su servicio, te llevarán forzosamente a una sala de emergencias. Incluso si te llevan a un hospital regular, este podrá cobrarle los servicios al hospital de veteranos", dijo Pérez.

Es común que muchos veteranos hayan perdido sus documentos militares o sus medallas, problemática que también resuelven en su oficina.

"Aquí les ayudamos a conseguir documentos y medallas, y hacemos todo ese servicio de forma gratuita", dijo Pérez mientras sacaba una pequeña caja de su armario. "Todas estas medallas le pertenecen a un soldado puertorriqueño, las reciben cuando fueron heridos en combate o pueden ser por buena conducta. Él las ordenó hace más de un año y no las ha venido a recoger, le he enviado cinco notificaciones y nunca ha respondido".

Pérez recibió su propia medalla por su servicio en Beirut, en Líbano, apenas hace dos años. Nunca ha sabido por qué tomó tanto en llegar, pero a 52 años de haber terminado con su servicio militar fue que pudo tenerla en sus manos.


 
El veterano George Pérez en 1958.

"A los 'marines' no nos gusta que nos llamen soldados. Me uní a los 'marines' por decisión propia cuando me gradúe de high school, quería hacerlo a una edad temprana para no interrumpir planes a futuro. Porté el uniforme de 1956 a 1959", dijo el veterano.

Nacido en el pueblo de Salinas, en Puerto Rico, se mudó a Filadelfia en 1950 cuando tenía 12 años. Su madre estaba enferma y tenía bajo su cuidado siete hijos que atender, así que fue enviado a la 'Ciudad del Amor Fraternal' a vivir con su tía.

Llegó a Filadelfia en época de invierno con diez pulgadas de nieve. Su desarrollo en el barrio boricua y en asistir a un 'high school' con estudiantes inmigrantes hizo su experiencia más adaptable.

"Todos los estudiantes extranjeros eran enviados a McCollum High School en 'South Philly'. Si no terminabas por dominar el inglés no te podías graduar", recordó Pérez.

A los 18 años comenzó su entrenamiento en una unidad donde solo había dos latinos, incluyéndolo a él. "Los únicos dos de entre unos 1.000 'marines', nos daban infierno. Cuando preguntaban de dónde era yo respondía que era de Philly. Me decían 'de qué país', y uno respondía de Puerto Rico, a lo que decían 'ah entonces eres uno de ellos'". 

"Uno no podía cuestionar nada porque si lo hacías te metías en problemas. Teníamos que aguantar el prejuicio de la época, pero me las arreglé para sobrevivir a eso", agregó.

Durante nueve meses se encontró en Beirut, una experiencia que describe como aterradora. "Ni siquiera sabía dónde estaba Beirut cuando nos avisaron que nos enviarían. En el momento nos encontrábamos en un barco camino a EE.UU. y de pronto el entonces presidente Eisenhower nos habló por un altavoz para avisarnos que habíamos sido elegidos para la misión. Al desembarcar cuando comenzamos a disparar para ver si atacaban o no, fue cuando nos dijeron, 'carguen sus rifles, preparen sus municiones'".

Según Pérez este el momento en que uno comienza a rezar sin saber si va a regresar. "Y para colmo ni siquiera tienes la oportunidad de escribir una carta a tu familia para despedirte, así que fue bastante aterrador", agregó.

Dejó los 'marines'  con un licenciamiento honroso y desde entonces varios miembros de su familia han servido a las fuerzas armadas estadounidenses.

"El entrenamiento que te dan te da orgullo. En mi caso ese orgullo es por dos razones: La isla de Puerto Rico y Estados Unidos, realmente estoy sirviendo dos banderas y eso me da orgullo. Que puedan decir 'aquí está un puertorriqueño que hizo algo bueno'.


De padre puertorriqueño y madre cubana, Jessie Bermúdez tenía 17 años cuando inició su entrenamiento en la fuerza naval. Gabriela Barrantes/AL DÍA

El 'duque' del navío

Cuando Jessie Bermúdez tenía 17 años sabía que estaba listo para convertirse en todo un hombre, sabía que había mucho por explorar más allá de Filadelfia y le rogó a su madre que lo registrara en la marina. 

"La parte del entrenamiento no me molestó porque era justo como lo había imaginado, me decía a mi mismo 'me voy a transformar en este tipo de hombre y voy a enfrentarme a todo'. Para mi lo difícil fue darme cuenta del nivel de racismo que existía en ese momento, ese fue mi verdadero conflicto", dijo Bermúdez.

Corría el año de 1959 y el afrolatino tenía una pequeña noción sobre cómo se trataba a las personas de piel oscura, pero nada lo había preparado para lo que viviría. 

"Antes de que yo me uniera a la marina lo único que podía hacer alguien de mi color en la fuerza marina, era un sirviente o un cocinero. La fuerza naval fue una de las ramas más racistas de las fuerzas armadas", explicó el puertorriqueño.

Por suerte los prejuicios se habían ablandado un poco al iniciar su entrenamiento y más que un sirviente o cocinero, logró unirse a la división de bomberos. Fue ahí cuando comenzó a darse cuenta que era un ciudadano de segunda clase.

"En mis récords militares aparece que mi origen es 'negro', para ellos que hablara español y fuera puertorriqueño no hacía la diferencia. Los marinos de color eran mucho más propensos a ser castigados, aun así se tenía que responder a superiores abusivos. En mi caso me fue bien dentro de lo que cabe", recordó Bermúdez.

Con una tripulación de 400 marinos y siendo prácticamente el único hispano, Bermúdez  hizo del cuarto de caldera o 'boiler room'  del barco su segundo hogar. A pesar de la realidad que lo rodeaba, recuerda su servicio como una experiencia increíble que le permitió conocer el mundo y crecer enormemente como persona.

"Esto fue antes del movimiento de los derechos civiles. Durante mi servicio yo tuve la oportunidad de visitar Francia, España, Grecia, Italia, Estambul, en todos lados podía convivir con mis compañeros. En mi propio país no tenía permitido estar en público con ellos", dijo Bermúdez.

Entre sus recuerdos más impactantes de heroísmo mencionó haber sido parte de la crisis cubana, conflicto que vivió en carne propia. "Mi barco fue el que detuvo a los rusos con sus misiles, realmente hubiéramos ido a la guerra si esos barcos no se hubieran detenido y permitido que los abordáramos. Probablemente podía haber sido la peor guerra la que hubiéramos ido, pero supongo que estaba programado por Dios", dijo el veterano.

Tras cuatro años de servicio y dos en la reserva, los dos últimos llevando municiones a Vietnam, lo que más le sorprendía es que aun portando su uniforme había sitios en los que no le querían vender una hamburguesa.

"Son cuestiones que uno no se explica, pero aun así estoy muy orgulloso de mi servicio, sí que tuvo un lado positivo. Cuando supe que iba a regresar a casa indefinidamente me sentí como un millón de dólares", dijo Bermúdez.


 
Fundador de la Asociación de Artistas y Músicos Latinoamericanos (AMLA) en Filadelfia, Jessie Bermúdez ha tenido una exitosa carrera como músico que incluso le valió una nominación al Grammy como productor del disco "Aislado" de Papo Vázquez & The Mighty Pirates. Gabriela Barrantes/AL DÍA

Fundador de la Asociación de Artistas y Músicos Latinoamericanos (AMLA) y con varias décadas trabajando con la comunidad de músicos latinos de la región, recordó que fue como marino que inició su aventura por el mundo de la música.

"Nos llamábamos en honor a nuestro barco, que era un navío (vessel), nosotros éramos los 'The Vesselaires'. Cantábamos por todos los bares del mediterráneo por  diferentes clubs, tres marinos que interpretábamos Doo Wop a capela. Eso era sumamente entretenido para los europeos, ver a marinos americanos en plena calle cantando era un verdadero gozo para ellos", concluyó.

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